miércoles, octubre 03, 2007

SECUESTRADO


EDGARDO MORTARA (n. Bolonia, 1851-m. Bélgica, 1940)

Conocí la historia que voy a relatar leyendo el libro “El espejismo de Dios” de Richard Dawkins. Como Dawkins, soy de la opinión de que no hay niños católicos, ni niños judíos, ni niños musulmanes o budistas. Los niños deberían ser solo niños.
Edgardo Mortara nació en Bolonia en el seno de una familia de comerciantes judíos formada por Salomone Mortara y Marianna Padovani. Con sus ochos hijos y en la más o menos compleja situación de los judíos que vivían en los Estados Pontificios de mediados del siglo XIX, los Mortara salían adelante con un pequeño negocio de artículos para tapicería sin ser conscientes de la mala pasada que les iban a jugar el destino y la Santa Madre Iglesia Católica.
Al anochecer del 23 de julio de 1858 la policía llegó a casa de los Mortara con órdenes de llevarse al pequeño Edgardo que por aquel entonces tenía solo algo más de seis años. En principio la policía consintió en darles a los padres de Edgardo un día para aclarar el asunto antes de llevárselo en vista del patético cuadro que se les debió presentar aquella noche. Tras recurrir al inquisidor de Bolonia, pues había sido de la Inquisición de donde había partido la orden de llevarse al niño, los padres fueron informados de que Edgardo había sido bautizado y, según las leyes de los Estados Pontificios, un niño católico no podía ser educado por una familia judía. Posteriormente la familia llegó a la conclusión de que el pequeño había sido bautizado por una criada católica analfabeta de 14 años, Anna Morisi, que había trabajado para los Mortara cuando Edgardo era apenas un bebé. Atormentada por la creencia de que si Edgardo moría sin ser bautizado iría directamente al infierno, la criada había consultado con una vecina que le había aconsejado bautizar al niño ella misma con unas gotas de agua. La cosa no habría ido a más si después de dejar la casa de los Mortara Anna Morisi no hubiese contado la historia a alguien que, a su vez, se la contó a un sacerdote que corrió a denunciar el hecho ante la Inquisición.
De esa manera las autoridades pontificias se llevaron a Edgardo a la Casa de los Catecúmenos, en Roma, un colegio dedicado a niños judíos conversos que, para más inri, se nutría de los impuestos que los judíos de los Estados Pontificios pagaban.
La noticia del secuestro fue rápidamente difundida a todo el mundo y pronto empezaron a llegar protestas desde organizaciones y figuras judías de toda Europa y América, pero también desde países amigos como la Francia de Napoleón III, cuyas tropas defendían en aquel momento al Papa de los intentos que el rey del Piamonte hacía por unificar toda Italia. Personajes como James Rotschild, prestamista del Papa, se interesaron por el secuestro y lograron reunir una suma de dinero que permitió a Solomone Mortara viajar a Roma. La prensa anticlerical italiana se encargó también de difundir la noticia a los cuatro vientos. Hubo protestas de naciones como Gran Bretaña por vía diplomática.
Pese a todo, el Papa Pío IX se negó a reconsiderar su decisión. Para su mentalidad era increíble que los demás no viesen el favor que le hacía al niño sacándole del gueto y de las condiciones de opresión en las que vivían los judíos de los Estados Pontificios, condiciones, por otra parte, que el mismo Papa había suavizado al ser elegido pero pronto había vuelto a imponer una vez que se auto convenció de que los judíos formaban parte de la conspiración liberal que quería acabar con el dominio terrenal de la Iglesia.
Solomone Mortara viajó a Roma y pudo ver a su hijo varias veces, nunca a solas, hasta que el delicado estado de salud de su mujer, que acabó perdiendo la razón, y su negocio le obligaron a volver a Bolonia, donde acabó arruinado al no poder superar su drama y viviendo a costa de las ayudas que recibía de judíos de toda Europa. En 1859 Bolonia fue anexionada por rey piamontés y los Mortara trataron de que se les devolviese a su hijo. Sin embargo Edgardo estaba en Roma, que no pasaría a formar parte de la nueva Italia hasta 1870. Ese año, uno de sus hermanos, que servía en el ejército italiano, pudo verlo al entrar en la ciudad eterna las tropas piamontesas. Edgardo tenía 19 años, estudiaba en un seminario y había pasado los 13 últimos en un continuo lavado de cerebro eclesiástico, no es extraño que no quisiera saber nada de los suyos. Ante la negativa a volver con su familia y el hecho de que ya tenía la mayoría de edad legal, la Iglesia lo sacó de Italia y fue ordenado sacerdote en Francia a los 23 años, adoptando el nombre de Pío en honor a Pío IX, su “padre adoptivo”. Seguidamente fue enviado como misionero a Alemania, parece ser que con la tarea de convertir judíos de aquel país. Posteriormente volvió a ver a su familia en varias ocasiones y trató sin mucho éxito de convertirles al catolicismo. Su padre había muerto en 1871; en 1895 Edgardo asistió al funeral de su madre. En 1897 estaba en los Estados Unidos, donde sus esfuerzos por convertir a los judíos americanos fueron una fuente de problemas para sus superiores. En un país que llevaba la libertad religiosa por bandera, el fanatismo de Edgardo debía parecer cuando menos fuera de lugar. En 1912 habló a favor de la canonización de Pío IX. Murió en 1940 en un monasterio belga.
La historia de Edgardo Mortara da mucho que pensar hoy en día. Evidentemente la Iglesia Católica de nuestros días no es la de 1858, aunque en los últimos tiempos vivamos en un claro retroceso a tiempos más totalitarios como demuestra por ejemplo la beatificación en 2000 de Pío IX por Juan Pablo II como contrapeso a la del más progresista Juan XXIII. La Iglesia hoy nos habla constantemente de su defensa de la familia y en este momento lucha contra los que quieren imponer sus “dogmas laicos" a las nuevas generaciones. Parece que el caso Mortara habla muy claramente de lo que es para ellos la defensa de la familia. La familia católica, las demás no cuentan, claro. Sobre dogmas la Iglesia sabe mucho ciertamente, y le duele como es natural que se sustituyan los suyos, aunque sea por otros mucho más tolerantes y, en ese sentido, me atrevería a decir más cristianos. En las distintas fuentes que he leído para escribir sobre el caso, los apologistas de Pío IX recuerdan constantemente que aunque el secuestro de niños judíos (el de Edgardo Mortara, con ser el más famoso, no es él único. Casos similares se produjeron hasta 1864) nos pueda parece perverso en nuestros tiempos, Pío IX los llevó a cabo convencido de tener la razón de su lado y de estar haciendo lo mejor. Podríamos aducir que lo mismo que opinaron siempre los grandes criminales de la historia.
En su libro, Dawkins reflexiona sobre el mal que toda religión es capaz de causar, no solo el cristianismo, y en un momento dice que aunque el secuestro de Edgardo Mortara pasará sin duda a la historia de la infamia, los padres de Edgardo podrían haber evitado que se lo llevaran simplemente siendo bautizados. No es un alegato en contra de sus padres, ni en contra de la Iglesia Católica en particular, sino en contra de cualquier tipo de creencia irracional que pueda destrozar la vida de un niño.

4 Comments:

Blogger Small Blue Thing said...

¡Cojoño, ya era hora de actualizar! :D

9:54 p. m.  
Blogger Jose Antonio del Valle said...

Sip, un añito casi clavao. Toca madera pa que siga :)

9:57 p. m.  
Blogger Manu said...

Se te echaba de menos, Jose

12:08 a. m.  
Blogger Jose Antonio del Valle said...

Se agradece saberlo.

11:31 a. m.  

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