lunes, octubre 15, 2007

UN MAL TRAGO


MAX JOSEPH VON PETTENKOFER (n. Lichtenheim, 1818-m. Munich, 1901)

En otras ocasiones he hablado de científicos que ocuparon la totalidad de su vida en seguir teorías que al final se convirtieron en verdaderos callejones sin salida y que, en definitiva, les hicieron perder el reconocimiento que habrían merecido de seguir otro camino y convertirse en meras anécdotas de la historia de la ciencia. En otros casos, a una carrera de éxitos y avances científicos que forjan una reputación intachable le sigue un empecinamiento final en una teoría errónea que desluce el trabajo de toda una vida y acaba también en la anécdota por la que se pasa a la historia pese a los logros anteriores. Este sería más o menos el caso de Max Von Pettenkofer.
Sobrino del cirujano de la corte bávara, Von Pettenkofer estudió Farmacia y Medicina en Munich, donde enseñó a partir de 1853 y ocupó posteriormente las cátedras de química dietética (1847) e higiene pública (1857), campo éste en el que acabaría siendo uno de los principales pioneros, fundando en 1875 el primer Instituto de Higiene del mundo. Por sus logros fue ennoblecido en 1883 y nombrado presidente de la Academia Bávara en 1889.
Inicialmente Von Pettenkofer se vio más atraido por la fisiología, campo en el que consiguió también notables éxitos, como una técnica para identificar ácidos biliares, el descubrimiento del papel metabólico de sustancias como la creatinina y la creatina o la formulación junto a Karl Von Voit de un modelo del metabolismo respiratorio.
Posteriormente se interesó por la higiene y salud pública, a la que trató de aplicar los conocimientos obtenidos en el laboratorio. En 1873 publica “Sobre el valor de la salud para una ciudad” y en 1882 “Tratado de Higiene” en los que establece las bases de la especialidad, haciendo énfasis en la importancia de un buen abastecimiento de agua y una buena red de eliminación de aguas fecales, pero también en las causas sociales de la enfermedad como el hacinamiento o la alimentación deficiente, que hasta entonces no se consideraban tan importantes.
Sin embargo, a pesar de todos estos aciertos, Von Pettenkofer fue durante toda su vida un defensor de la teoría telúrica, que no era sino una puesta al día de la antigua teoría de los miasmas. Frente a los nuevos avances de la microbiología que empezaban a ver el origen de muchas enfermedades en microorganismos, la teoría telúrica sostenía que el origen de enfermedades como el tifus o el cólera estaba en emanaciones del terreno y las aguas subterráneas.
En 1883 Robert Koch aisló el agente del cólera (Vibrio Cholerae) en Egipto y demostró que vivía en el intestino humano y se transmitía a través del agua. En realidad el Vibrio Cholerae había sido aislado ya anteriormente por el italiano Filippo Pacini en 1854, pero su trabajo se ignoró por la preponderancia de la teoría miasmática. Además, anteriormente, el británico John Snow había ya atribuido al agua el contagio del cólera en 1849 y ese mismo año William Budd había observado “objetos microscópicos” en las aguas de barrios infectados de Bristol que no estaban presentes en el agua de los barrios libres de la infección. En 1854 Snow cortó en seco una epidemia simplemente cerrando una única fuente pública del Soho londinense de la que había observado que obtenían agua potable todos los afectados.
Incluso con toda esta evidencia en contra, Von Pettenkofer afirmaba que aunque los microorganismos tenían sin duda un papel en la propagación de la infección, era su paso por el suelo lo que les confería su poder patógeno y, por lo tanto, el contagio provenía de la posterior emanación al aire y no del consumo de agua contaminada. Para demostrarlo, en 1892 bebió junto a varios de sus discípulos agua con un mililitro de un cultivo del Vibrio Cholerae de un enfermo tras ingerir bicarbonato para que el ácido gástrico no impidiese la acción del microorganismo. Parece que después le escribió a Koch la siguiente nota: “Herr Doctor Pettenkofer se ha bebido todo el cultivo y está contento de poder informar al Herr Doctor Profesor Koch de que continua en su habitual estado de buena salud”.
Pese a ello, en realidad la cosa no fue tan bonita al parecer. Pettencofer sufrió borborigmos y una leve diarrea y varios de sus discípulos sufrieron las inclemencias de la enfermedad al menos durante una semana. Hoy en día se sabe que aparte de la acidez gástrica hay otros factores que influyen en la mayor o menor propensión a la enfermedad de cada persona, y que no todo el mundo que bebe agua contaminada se contagia. Evidentemente estos factores tienen que ver con el microorganismo y con características genéticas y constitucionales del huésped, no con la interacción con el suelo o las aguas subterráneas.
El llamado a Experimentum crucis de Von Pettenkofer ha pasado a la historia de la ciencia como un caso de abnegación y heroísmo, aunque habría que preguntarse qué parte de responsabilidad tienen en él la estupidez humana y la soberbia del viejo profesor que no quiere dar su brazo a torcer ante los nuevos tiempos. Con el tiempo y la evidencia la teoría miasmática fue definitivamente abandonada. El aparente triunfo de Pettenkofer resultó ser su canto del cisne.
Pese a todo, a Pettenkofer se le recuerda más por sus aportaciones a la ciencia que por su particular momento de obcecación, y fue un miembro respetado de la comunidad científica durante toda su larga vida. Una vida de hecho al parecer demasiado larga, lo que le llevó a suicidarse a los 81 años ante la soledad por haber perdido a todos sus seres queridos.