martes, febrero 17, 2009

HACIA LAS ESTRELLAS


RODGER WILTON YOUNG (n. Tiffin, 1918 – m. Nueva Georgia, 1943)

A veces uno encuentra personajes navegando por la red de los que está seguro que ha oído hablar en alguna parte, y sin embargo no es capaz de ubicarlos perdido en la maraña de información que llega constantemente a través del monitor. Eso es más o menos lo que me sucedió con Rodger Young. Estaba seguro de que ese nombre lo había oido en algún lugar y, sin embargo, se trataba de un soldado americano de la segunda guerra mundial al que probablemente conocerían en su pueblo de Ohio y poco más.
Rodger Wilton Young nació en el seno de una familia de clase media de Ohio que ya tenía otros cuatro vástagos. Desde su nacimiento Young fue un niño pequeño y enfermizo con problemas cardíacos pero al parecer con una gran voluntad. Gran aficionado a la música, la caza y los deportes desde niño, logró jugar pese a su pequeño tamaño en el equipo de baloncesto del instituto. Y jugando al deporte de la canasta sufrió un accidente en el que se golpeó la cabeza con tan mala fortuna que empezó a perder progresivamente oído y visión, por lo que tuvo que dejar los estudios.
En 1939 se alistó en el 148º Regimiento de la Guardia Nacional de Ohio más por tener un trabajo fijo que porque le gustara la vida militar. Tras el ataque a Pearl Harbor, su regimiento pasó a formar parte de la 37ª División de infantería del ejército de los Estados Unidos y parece que a Young no le iba tan mal, porque en 1942 fue ascendido a sargento, pasando a ser, según dicen, el sargento más pequeño del ejército.
En febrero de 1943 la 37ª División fue enviada primero a Fiji y luego a Guadalcanal en las islas Salomón, que había sido recientemente conquistada por los aliados. En Guadalcanal Rodger Young sirvió como sargento instructor hasta que en julio su unidad fue enviada al frente en la isla de Nueva Georgia.
Temiendo no estar a la altura por sus crecientes problemas de audición y ser la causa de la muerte de alguno de sus hombres en combate, Young solicitó ser degradado a soldado raso y continuó con su unidad pese a que los médicos le dijeron que estaba prácticamente sordo y que lo mejor era que le ingresaran en un hospital.
Poco después la unidad de Young se vio envuelta en los combates por el aeródromo de Munda, el principal objetivo en la isla.
El 31 de julio de 1943 su pelotón avanzaba por la selva cuando fue alcanzado por el fuego de un nido de ametralladoras situado en una posición elevada. En las primeras ráfagas cuatro hombres del pelotón cayeron muertos, y el resto quedó en una posición precaria a merced del fuego japonés. Cuando el sargento al mando ordenó la retirada, se dieron cuenta de que iba a ser muy difícil salir con vida de aquella situación.
En aquel momento el soldado Young empezó a arrastrarse hacia el nido de ametralladoras japonés pese a los gritos de su sargento para que volviera. Tras gritarle que no oía nada, se arrastró durante unos metros más hasta que fue alcanzado por una ráfaga de ametralladora en el pecho, pese a lo cual continuó tratando de acercarse al enemigo ahora cubierto por el fuego del resto del pelotón. En unos instantes una segunda ráfaga le destrozó el lado izquierdo del cuerpo y le hizo soltar el fusil. Sus compañeros pensaron que había muerto. Sin embargo, poco después lograba ponerse de pie a duras penas y lanzar una granada de mano casi al mismo tiempo que otra ráfaga acababa finalmente con su vida. La explosión de la granada acabó con el nido de ametralladoras, y el pelotón volvió a su base portando los cuerpos de sus cinco camaradas muertos.

Por esta acción, a Rodger Young se le concedió la Medalla de Honor del Congreso y de hecho parece que su gesta es bastante conocida en los Estados Unidos donde, entre otras cosas, dio nombre a un parque en Ohio, una residencia de veteranos en California y una balada que canta su heroismo.

Con todo, la verdad es que si el nombre de Rodger Young se conoce universalmente es porque fue el elegido para denominar a la nave espacial de transporte en la que viajan las “tropas del espacio” de la novela de Robert Anson Heinlein. De hecho era por la nave estelar TFCT Rodger Young por lo que el nombre me sonaba y no por su hazaña de la que seguramente estarán muy orgullosos en su pueblo de Ohio.

sábado, febrero 07, 2009

ANTES DE LA CREACIÓN

JOSEPH JUSTUS SCALIGER (n. Agen, 1540 – m. Leiden, 1609)

Ahora que parece que hay tanta gente dispuesta a olvidar la historia de la ciencia para volver a las creencias medievales respecto a la "Creación", viene bien repasar la vida de alguno de aquellos eruditos que hicieron posible que el mundo avanzara, y la historia de como se fueron dando de bruces con la Biblia hasta que aprendieron a dejarla de lado. Uno de ellos fue Joseph Justus Scaliger o José Justo Escalígero, como se le llama en ciertos libros españoles, sabio francés que algunos llegan a comparar con Aristóteles y algunas de cuyas ideas, como veremos, hicieron más fácil la vida de los científicos y aún hoy se utilizan.
Joseph Justus Scaliger fue hijo de otro gran erudito de su época, Julius Caesar Scaliger, de quien ejerció de amanuense durante su infancia, aprendiendo de paso latín y la forma de trabajar de los sabios de aquellos años. Estudió griego en la Universidad de París aunque, como las clases tenían un nivel muy alto, acabó aprendiéndolo de manera autodidacta, lo mismo que luego el hebreo y el árabe. Entre 1563 y 1570 viajó por Italia y Gran Bretaña como acompañante de otro joven de familia noble. Durante esos viajes se hizo protestante. Luego estudió leyes en Valence y tuvo que huir a Suiza por la persecución que vivieron los hugonotes en Francia, enseñando filosofía en Ginebra durante un tiempo. Volvió a Francia en 1574 y se dedicó a publicar ediciones comentadas de los clásicos, interesándose después por la historia, en la que introduciría el método crítico que no acabaría triunfando hasta mucho después de su muerte. Scaliger pensaba que la historia antigua no era solo la de los romanos y los griegos, sino también la de egipcios, persas y babilonios, y que no se podía seguir enseñando la historia de los hebreos como un hecho aparte de todas las demás.
De su interés por la cronología y la astronomía surgió la obra Opus de Emendatione Tempore (1583), en la que ideó un sistema cronológico que aún hoy es útil para los astrónomos, el llamado día juliano (por su padre Julius Caesar Scaliger). Hasta entonces los diversos calendarios utilizados hacían muy difícil calcular los días transcurridos desde uno concreto, dato muy relevante a la hora de observar los astros. Scaliger buscó un punto de partida en un día en que coincidieran los ciclos lunar, solar y el utilizado en Roma para la recaudación de impuestos. Con ello calculó su punto de partida el 24 de enero de 4.183 Antes de Cristo según el calendario juliano. Así, el día de hoy por ejemplo sería el día juliano 2.454.870 (no tiene mucho mérito, hay páginas en internet que lo calculan para cualquier fecha). Posteriormente se adaptaría su cuenta a la hora de Greenwich y con pocas adaptaciones más aún funciona.
En 1593 se trasladó a la Universidad de Leiden en los Países Bajos, donde pasó el resto de su vida. Allí pudo dedicarse a tiempo completo al estudio de las matemáticas, la filosofía, la historia y prácticamente todo el saber de su época. Durante sus últimos años siguió publicando ediciones de los clásicos, y en 1606 se editó la que sería su obra cumbre, el Thesaurus Temporum en el que, entre otras cosas, se recuperaba a través de un resumen bizantino la lista de los reyes egipcios de Manetón. Basándose en ella, Scaliger calculó el inicio de la primera dinastía egipcia en el año 5.285 antes de Cristo. Lamentablemente para él, y basándose en la Biblia como posteriormente harían otros como James Ussher, Scaliger había dado previamente una fecha para la creación del mundo en el año 3.949 antes de Cristo, por lo que tuvo que inventarse un período mítico o “proléptico”de tiempo transcurrido curiosamente antes de la Creación (¿tiempo antes de que se creara el tiempo?) para evitar chocar con las Sagradas Escrituras.
Evidentemente aquello no convenció demasiado a los demás estudiosos de su época, algunos de los cuales interpretaron que los egipcios habían inventado un pasado mítico para hacer creer que su pueblo era más antiguo que el judío, que “evidentemente” era el más antiguo según la Biblia. Otros redujeron las fechas de Manetón para que coincidiera con las de las Escrituras. La controversia duró algunos siglos e incluso uno de los mayores pensadores de la historia, Isaac Newton, opinó en su día que la lista de Manetón era errónea puesto que iba contra la Biblia.
Pese a sus esfuerzos para conciliar lo que extraía de sus lecturas con la “cronología oficial” basada en la Biblia, hubo quien debió pensar que sus enseñanzas eran muy peligrosas para la religión, y los últimos años de su vida los pasó en medio de ataques lanzados por sus enemigos, encabezados por los jesuitas que se dedicaron a publicar todo tipo de calumnias sobre él, muriendo en enero de 1609.

lunes, febrero 02, 2009

MATAR A HITLER


MAURICE BAVAUD (n. Neuchatel, 1916 – m. Berlín, 1941)

Matar a Hitler está de moda. Es curioso y hasta preocupante como influye la maquinaria de Hollywood en los estímulos que recibimos a través de los medios de comunicación. El otro día, mientras asistía a la presentación del libro de un amigo en una librería de Madrid, el librero me comentaba que de un tiempo a esta parte los libros sobre complots para matar a Hitler se vendían como churros, cosa bastante curiosa en un país en el que, hablando de libros, casi nada se vende como churros. Empieza a entenderse por otra parte cuando la prensa hace noticias de primera plana de declaraciones del actor de moda (que para mí está cada día más p’allá, qué quieren que les diga) en las que afirma que creció deseando matar a Hitler. Bueno, algunos crecimos deseando matar al Dr. Infierno, que es más natural cuando se crece, creo yo. En fin, de la moda me queda al menos haber descubierto en esa misma tienda un libro, “Matar a Hitler” de Roger Moorhouse, catálogo de todos los que intentaron matar al dictador de verdad, cuando estaba vivo (unos 40 según Moorhouse). Y del libro un par de personajes a destacar, para mí más impresionantes que los Von Stauffenberg y compañía, como son Georg Elser, al que ya le dediqué una entrada en su día, y el estudiante de teología Maurice Bavaud, del que hablaré hoy.
Maurice Bavaud nació en la localidad suiza de Neuchatel en el seno de una familia católica de clase media. Aunque aprendió el oficio de dibujante, a los 19 años decidió ser misionero, y para ello ingresó en la École Saint-Ilan Langueux, un seminario francés situado en Bretaña. Allí se hizo miembro de un grupo de estudiantes, la Compagnie du Mystère, en el que se discutía la turbulenta actualidad europea de los años treinta, y que estaba liderado por un individuo muy peculiar llamado Marcel Gerbohay. Gerbohay tenía antecedentes de esquizofrenia, y en sus delirios afirmaba ser descendiente de los últimos zares rusos, por lo que era un fanático anticomunista. Para Bavaud sin embargo el peligro que se cernía sobre Europa lo representaban mejor los nazis, de modo que en el verano de 1938 dejó la escuela y decidió viajar a Alemania para matar a Hitler.
Primero fue a Baden-Baden, donde esperaba que un primo suyo, jerarca nazi, le introdujera en el partido. Sin embargo su primo lo recibió con desconfianza e incluso le denunció a la Gestapo, de manera que Bavaud no tuvo más remedio que seguir por su cuenta hacía Basilea, donde compró una pequeña pistola, y finalmente a Berlín.
En Berlín se enteró de que Hitler estaría los días 8 y 9 de noviembre en Munich, donde todos los años se celebraba el golpe de estado de 1923 (la misma celebración que aprovecharía Elser al año siguiente) con un gran desfile, de manera que el 31 de octubre cogió un tren hacia Baviera. En Munich consiguió sin muchos problemas una acreditación de prensa que le permitió situarse en una tribuna desde la que tenía una buena visión de la comitiva. Sin embargo, la multitud puesta en pie al paso del dictador le impidió llevar a cabo su plan de disparar, así como la idea que también había barajado de saltar desde la tribuna y acercarse al coche para matar al tirano.
El fracaso no desanimó al suizo, al día siguiente falsificó una carta de un ex primer ministro francés y viajó a Berchtesgaden con la idea de pedir una audiencia con Hitler. Sin embargo allí le informaron de que el Führer seguía en Munich, con lo que tuvo que dar media vuelta. Otra vez en la ciudad bávara, Bavaud falsificó otra carta, esta vez de un líder nacionalista francés, y se dirigió con ella a la sede del partido nazi. Sin embargo, allí le explicaron que era imposible darle audiencia, le pidieron que dejara allí la carta o la echase al correo y le despidieron sin contemplaciones.
Al final, sin dinero y cansado de intentarlo, Bavaud cogió otro tren sin billete para volver a casa y la fatalidad quiso que fuera detenido por un revisor y entregado a la policía. La policía lo detuvo por posesión ilícita de un arma y descubrió en su equipaje las dos cartas de presentación, por lo que, sospechando algo raro, lo entregaron a la Gestapo.
Bajo tortura, acabó confesando sus planes de asesinar a Hitler para salvar a su país y a la religión católica. Fue condenado por el Tribunal Popular de Berlín en diciembre, y guillotinado en la prisión berlinesa de Plötzensee el 14 de mayo de 1941.
Maurice Bavaud que, comparado con Elser, me parece más un pobre chapucero idealista que otra cosa, tuvo que esperar hasta noviembre del año pasado para ser rehabilitado en su país, que en su día se negó a defenderle frente a Alemania e incluso impidió que fuera canjeado por un espía a petición de los alemanes. El gobierno suizo lo consideró un loco, aunque su familia luchó desde el principio por limpiar su nombre. En 1955 un tribunal de la antigua RFA conmutó la pena de muerte pero volvió a condenarle a 10 años por intento de asesinato; Hitler sería lo que fuera, pero no dejaba de ser una persona a la que habían intentado matar, según el tribunal. En 1956 la familia ganó la apelación y se les concedieron 40.000 francos suizos en reparación, pero tuvieron que pasar 70 años para que el presidente suizo Pascal Couchepin reconociera que su compatriota había sido un héroe.
Como en el caso de Elser, las preguntas que uno se hace son: ¿resulta lícito el asesinato en un caso como éste? ¿Puede un individuo arrogarse el poder de decidir quien es un peligro para la humanidad?¿Cuál es el límite entre el loco y el héroe?
En su época ni a la Iglesia Católica, que firmó un concordato con los nazis en 1933, ni a Suiza, que se pasó la guerra mirando para otro lado, les pareció que hubiese que parar los pies a Hitler, aunque quizás fuera uno de los tiranos más evidentes que han pisado la faz de la tierra. En resumidas cuentas algunos actos debe juzgarlos la historia que pone a cada uno en su sitio, aunque a veces sea dolorosamente lenta.